
En el año 1907, la expedición del explorador antártico Ernest Shackleton intentaba llegar al Polo Sur, durante la conocida como era heroica de la exploración antártica. Lastimosamente, diversas dificultades impidieron la consecución del objetivo y, entre otras pertenencias, por el camino tuvieron que abandonar parte del cargamento de whisky que llevaban para consumo propio.
Bajo la nieve, en la cabaña que sirvió como refugio a Ernest Shackleton, permanecieron durante decenas de años tres botellas del whisky Mackinlay hasta hace bien poco. Más de un centenar de años después, unos exploradores encontraron el tesoro que durante tanto tiempo permaneció escondido en la Antártida.
El whisky Mackinlay, que había sido embotellado en 1898 y añejado ya 15 años, estaba en perfecto estado cuando en 2010 un grupo de conservacionistas descubrió las botellas. A pesar de que los recipientes estaban congelados, el destilado estaba intacto, ya que los 30 grados centígrados bajo cero de la Antártida no fueron suficientes para llevarlo a congelación.
El hallazgo fue toda una sorpresa, ya que la receta se creía perdida. El destilador Whyte & Mackay, propietario actualmente de la marca Mackinlay, llevó las botellas hasta Escocia mediante un vuelo privado, para poder analizar el contenido. Para obtener una muestra sin comprometer la integridad de la botella y el contenido, se extrajo con una jeringa atravesando el corcho de una de ellas. Gracias a esta muestra, ha creado una edición limitada de 50.000 unidades de este whisky, que por cada botella vendida dará 5 libras al Fondo Ártico.
Las botellas han sido devueltas al lugar donde se encontraron, a la misma cabaña ya restaurada como parte del programa para proteger el legado de dicha expedición. El encargado de devolverlas a su lugar original fue el primer ministro de Nueva Zelanda, John Key. La entrega de las botellas a funcionarios del Fondo Antártico se realizó mediante una ceremonia en la que el primer ministro bromeó con la tentación de abrirlas y 'tomar un traguito'.